18 oct 2010

Las penejotas: el origen.

Nuestras queridas penejotas,

Si habéis sobrevivido a un verano plagado de jornadas, vivos y quedadas, ¡enhorabuena! y sed bienvenidas de nuevo.

Nos atrevemos a afirmar que, con mucha probabilidad, durante alguna de esas interminables sesiones de rol de vuestros pejotas en el salón de casa, a pocos metros vuestros, mientras escucháis sus risas y el repicar de los dados, os habréis preguntado ¿Por qué soy una penejota? ¿Por qué esto supera mis fuerzas y sin embargo, mírales, que bien se lo pasan?

Hay que remontarse al principio, a vuestro principio, amigas, para encontrar el quit de la cuestión: ¿una penejota nace o se hace?

Cada una de vosotras habrá tenido su particular y posiblemente traumatizante primer contacto con este mundo de fichas, niveles, dados de imposible número de caras sin puntitos y puntos de experiencia. Un primer contacto que habrá marcado un punto de inflexión haciendo de unas auténticas y capaces, aunque escasas, pejotas y de otras, orgullosas penejotas. Nosotras también, y, cual mala precuela tan de moda últimamente, os lo vamos a contar.


“Mucho antes de ser la Sra. B, yo gozaba de una vida plena de amigos y relaciones sociales de alto calibre. Cuando me refiero a alto calibre me refiero a gente “guapa”. Yo me codeaba con la elite, jóvenes chunteros de fin de semana cuya única finalidad en la vida era emborracharse, ir a la moda y pasear el palmito por las discos hasta altas hora de la noche. Jamás me faltaron aduladores, ni pretendientes, ni una hombrera sobre la que llorar.

Un día decidimos salir los compañeros de la universidad de cena. La clase siempre había estado muy dividida, en un lado, la gente guapa, ósea donde estaba yo y en el otro donde se escondían los frikis; gente que leía libros en sus ratos de ocio y cuya única combinación de ropa era el negro sobre negro. Para mi desgracia uno de ellos se descolgó de su grupo de amigos raros y sin estilo. Llevada por la caridad humana, le invité a agregarse a nuestro grupo. Después de tres kalimotxos el chico raro estaba sentado en un banco contándome las maravillas de un mundo que no acaba de entender. Amigos que se reunían a jugar en una mesa, tiraban dados, y utilizaban la creatividad para otra cosa distinta a la de maquillarse o rizarse el pelo. Sus palabras resonaban en mi cabeza como las de un mesías y hacían sentir que mi vida era una mera ilusión, como la de Keanu Rives en Matrix. Tuve la visión de una nueva realidad que me transportaría a otros lugares increíbles que no eran el centro comercial. Al fin de semana siguiente, me invitaron a una de esas reuniones. Todo eran hombres, heavys con pelo largo o calvos, no había ninguno en término medio. Sobre la mesa un radio cassete de dos pletinas, un libro más gordo que la biblia y siete hojas. Ese día mi vida cambió; el máster alargó su mano y me dijo:





-¿Dados rojos o azules?




La persona que se sentó a la mesa y la que se levantó después no fue la misma. Me había convertido en uno de ellos, tenía un poder que no sabía que tenía, y ese poder era grande: la imaginación. No puedo recordar la temática fue hace mucho tiempo, pero recuerdo las que vinieron después, Mutantes, Vampiro, Mago, Changelling, e incluso el primer día que fuí condecorada con mi primer juego: El James Bond (con aquellas horribles ilustraciones). Aquel día supe que había pasado a Matrix y que mi agenda social no volvería a ser la misma.”

Tras tan sinceras y nostálgicas palabras, sigamos con nuestro particular Big Bang. Se podría decir que la Sra. V tuvo un par de encuentros insatisfactorios con el rol.

El primero se produjo allá por el año 2000, cuando conoció a un grupo de mozos, en apariencia normales. Sin embargo, los susodichos no hacían más que hablar de rol, de su master y de vampiros. Resuelta a participar de la monotemática conversación, a la Sra. V no se le ocurrió otra cosa que preguntar: y eso del rol, ¿qué es? Con el tiempo descubrió que entonces la tomaron por tonta, ya que esta fue la respuesta: “Es un juego en el que juegas (yeah!) en un mundo en el que existen vampiros, magos y hadas, y tu haces de vampiro. Nuestro master es quien dirige el juego, pero tranquila que le vas a conocer.”

Pues bien, el master en cuestión, de quien hablaban como si fuera el mismísimo líder de un movimiento sectario, hizo su entrada en escena ataviado con una estupenda cazadora de piel negra a lo Matrix ondeando a sus más que evidentes aires de superioridad. Era entonces lo que hoy denominaríamos un protofriki, de esos que ni se molestan en hablar con profanos del tema o que si se dignan, lo hacen con tal condescendencia que hasta les duele. Tanta sabiduría contenida en tan arcano ser tampoco sirvió para aclarar a nuestra penejota qué era eso del rol, pero uno de sus acólitos se despidió dejando en las manos de la Sra. V, en lo que suponemos un arranque de romanticismo pejotil, su primera ficha de personaje (¿Por qué demonios la llevaba en la cartera?). Era un vampiro, claro.

Aquella ficha arrugada, perdida después de varias mudanzas, despertó el gusanillo en la Sra. V, que terminó años después sentada a una mesa camilla (de las de brasero) intentando comprender qué son las esferas y por qué había tenido que elegir la Orden de Hermes para jugar a Mago si apenas la diferenciaba de las demás. De aquella sesión sólo quedó una ficha a medio completar, un máster probablemente desmotivado para los restos y la convicción de que aquello no estaba hecho para ella.

No nos engañemos, queridas, ninguna de nosotras creció soñando ser un marine espacial o una semi-orca bárbara. ¡Pero no desesperéis! La multitud de ambientaciones disponibles a día de hoy pueden ofrecernos un amplio abanico de posibilidades (y si no las hay, las inventamos ¿de verdad aún pensáis que se necesitan reglas para jugar a rol?). Y existen directores de juego estupendos, pacientes y originales, ya muy lejos de los mohosos protofrikis, que flaco favor hacen al entrañable rolero medio, y de quienes debéis cuidaros pues, aunque en peligro de extinción, haberlos, haylos.




Para muchas, tenedlo claro, aún no es tarde, si la partida es buena.